La culpa no era del viento
¿Cómo culpar al viento de lo que provocó, si fui yo quien dejó la ventana abierta?
He dicho antes que no existe la culpa, solo la responsabilidad. Porque tenemos la capacidad de responder por nuestros actos. Además, la culpa trae castigo en la mente, mientras que la responsabilidad empodera.
Sin embargo, últimamente incluso el término “responsabilidad” parece pesar… como si fuera una carga que debemos asumir, incluso por otros. Lo entiendo: es una señal de falta de consciencia, y esa consciencia es justo lo que cada uno estará —o no— dispuesto a expandir.
El punto es este: si yo dejé la ventana abierta, por supuesto que el viento va a entrar.
Sí, es una analogía. Pero si lo vemos en la vida real: cuando nos atrevemos a hacer algo que nos da miedo, estamos abriendo una ventana… y no sabemos qué va a provocar. ¿Pero por qué etiquetarlo como desastre?
No tiene sentido, si lo que el viento mueve dentro de nosotros —es decir, lo que el miedo moviliza— nos permite ordenar de manera diferente. A veces nos muestra algo que no recordábamos que estaba ahí: podemos desecharlo, usarlo o guardarlo en otro lugar. Así funcionan nuestras heridas, frustraciones y creencias acerca del miedo. Eso que etiquetamos como "desastre" puede ser una oportunidad.
Claro, a nadie le gusta ver un supuesto desastre donde había un aparente orden. Pero, en realidad, no existe ni el orden ni el desastre… de hecho, tampoco existe la ventana.
Permitir que entre el miedo, la incertidumbre o la frustración es abrirle paso a la posibilidad de lo opuesto: la valentía, la fortaleza, la certeza. Porque conociendo un extremo, también podemos encontrar el otro. Como enseña la ley de la polaridad.
Si lo queremos ver desde otra perspectiva: solo cuando descubrimos lo que no queremos, podemos realmente definir lo que sí. Podemos andar por la vida en un vacío, o a la deriva… pero ¿qué tal si nos permitimos sentir miedo, hacer algo diferente, abrir la ventana y dejar que el viento lo remueva todo?
Tal vez veamos caer un cuadro que ya ni notábamos. Estaba roto, olvidado. Y nos damos cuenta de que, en realidad, preferimos esa pared vacía. Pero solo lo supimos cuando el viento lo tiró al suelo.
Así pasa en la vida.
Si no sabemos lo que queremos, abramos la ventana. Soltemos el control. Dejemos que la vida nos muestre lo que no podemos ver.
Un paso a la vez. Una ventana a la vez.
Y en algún momento, te darás cuenta de que ya no hay más ventanas… al menos en esa pared. Porque habrás comprendido que en realidad no existen ni ventanas, ni paredes.